Para 1870 ya está definida una nueva modalidad de la danza puertorriqueña que tiene por centro la ciudad de Ponce y por originador al pianista y compositor sanjuanero Manuel G. Tavárez quien acababa de retornar de sus estudios de piano en el Conservatorio Imperial de Paris.
Tavárez estiliza y depura la danza puertorriqueña vistiéndola de galas románticas e impartiéndole un ademán gracil, propio de la obra de salón francesa. La danza ponceña, quejumbrosa y apasionada, de gran audacia y vuelo sentimental, tiene mucho de la cantilena, y revela la influencia de la ópera italiana.
Su espontaneidad contrasta con el corte académico de la danza sanjuanera, que conserva muchos rasgos de la contradanza española, aunque logra una notable evolución en manos de Julián Andino (1845-1926), Casimiro Duchesne (1852-1906), Genaro Aranzamendi (1831-1889), los hermanos Mauricio (n.1842) y Hermógenes Alvarez (+1914), y los hermanos Heraclio (1837-1891) y Federico (1857-1927) Ramos.
Más adelante Juan Morel Campos, discípulo de Tavárez y el más prolífico compositor de danzas, desarrolló el género al nivel que hoy conocemos. Esta nueva danza evolucionada estaba mayormente inspirada en el amor y la mujer, lo cual se refleja en sus títulos: Margarita, Idilio, De tu lado al paraíso, Mis Penas, Laura y Georgina (una de las más exquisitas y populares, dedicada por Morel a las bellas hermanas Capó de Ponce), La Sensitiva, así como tantas otras.
Otras versiones sobre su origen
Buscando el origen de nuestra Danza se le han señalado diversas procedencias. Para Fernando Callejo proviene del danzón venezolano. Para Augusto Rodríguez y Braulio Dueño Colón (quien es el principal autor de la version presentada anteriormente) tiene su entronque en la habanera cubana.
Para Tomas Millán viene de España y procede de la danza extremeña. El guitarrista Federico Cordero propulsa la tesis de que «las danzas más antiguas que se han publicado y que han llegado a mis manos» son la Danza Opus 33, compuesta por el pianista Louis Moreau Gottschalk en 1857, y La Hortensia de Juan Ginés Ramos en 1865.
Pero como todo esto se queda en el siglo pasado, surge la pregunta inquietante: ¿No tendrá nuestra danza otro posible origen más lejano en el tiempo?